15 de junio de 2014

Todo y nada


Hoy quiero hablar de todo y nada en general. 

De cómo las flores mueren al marchitar, y cómo las estaciones traen nuevas ilusiones, que siempre tardan en llegar.
Del deseo de que todo permanezca como está, del anhelo de que lo que hubo regrese en cada despertar.
Del miedo a respirar, y de la incombustible llama que nos obliga a continuar.
Del plato roto que intentamos arreglar, pero que ya nunca volverá a ser igual.
De las puestas de sol que con contenida emoción observas sin tan siquiera parpadear, por temor a perderte el detalle más bello, o esa simple señal.
De la luna brillar, velando nuestros sueños, fiel reflejo de lo que nos hace grandes y pequeños.
De los placeres de la vida, de esa sensación de escalofrío que te recorre la espina, palmo a palmo, cuando el sobrecogimiento te asalta con asombro.
De las sonrisas que cosechas y las lágrimas que recoges, de los triunfos y derrotas, frutos de lo que escoges.
De la duda que te carcome, de la herida que esconde hasta el más duro de los hombres.
De la Música, los acordes, de lo que te inspira o te consuela cuando somos más cobardes.
Del universo, las estrellas, de todas las cosas bellas.
Del principio y del final.

De todo y nada en general.


10 de junio de 2014

Salgamos del Averno.

Los antidepresivos no arreglaron nada, pero evitaron que me matara.

Lo primero fue, al fin, conseguir conciliar el sueño tanto tiempo arrebatado y violentado por noches demasiado largas que a veces llegaban a amanecer. Tenía pesadillas horribles que perturbaban mis días cada vez más cansados y eso no cambió, hasta que mi ánima no se renovó. Joe, recuerdo que podía pasarme una semana encerrado en una pesadilla que había tenido, trataba de ir a la universidad y seguir andando pero mi mente temblaba, sin parar de recordar ese sueño negro, tan vivo siempre que si cerraba los ojos estaba delante.

No se lo contaba a nadie, ni a mis letras, por aquel entonces me era incapaz escribir o leer y eso me torturaba ardientemente. Podía replicar el pensamiento de la aniquilación cientos de veces en un día y ese no era mi sufrimiento sino mi consuelo, porque sentía tal angustia y tristeza que solo podía aguantar cada vez más débil lo inevitable, como el buceador de amnea al que se le ha liado un alga y sabe que no volverá a subir, que esa fue su última bocanada de aire y se está acabando.

No hace falta que describa la sarta de locuras y barbaridades que me hice para desterrar por unos instantes la apatía más plomiza y la desesperanza más estranguladora. Nunca me había sido sencillo llorar, pero lloré, lloré mucho hasta secar ese mar de desalentados sentimientos, hasta hacer sima y beber arenas movedizas que me cuajaran ese interior en caída libre. Ese pensamiento roto que mascaba como cristales con vistas a una digestión mortal, qué rápido era, rayos. Creía que en el fondo de mi desgracia estaba mi redención y dedicaba días enteros a ultimar cada aspecto de mi vida, cada renglón del pasado y cada arista del breve futuro que me auguraba.Lo saboreaba ávidamente y no era excelso su sabor.

Podría seguir y extenderme, profundizar, pero fue todo un año y sería demasiado largo de contar. No quiero olvidarme de nada de lo que pueda recordar de ese trágico y gran año, porque ese año fue mío y me ha edificado a mí mismo, me ha dado una profundidad y un sentido de la empatía, la voluntad y el ánimo sincero de vivir sin el que ahora no me movería, ni pensaría, ni sentiría como lo hago cada día. Porque no habría conocido a todos los amigos y amigas que amo con tanta fuerza y si los hubiera conocido no me habría arrojado con tanta pasión a conocerlos, respetarlos y compartir como el hombre que ha estado a punto de morir y se ríe feliz al comprobar, que aún tiene piernas con las que danzar.

Conozco a pocas personas tan fuertes como yo, el dolor que se cierra en sonrisa suave, renueva el mundo. El último grito del fénix antes de ser llamarada y volver al huevo fue:¡Felicidad!Y creo que es lo único que merece la alegría, aunque cada destino tiene su propio signo y lenguaje, sus vetas y sendas singulares. Todo lo vivo de este universo fluye sin violencias cuando ríe cerca de la felicidad. Y no es la vuelta a la naturaleza, ni a la infancia, ni a la edad dorada, sino lo que te hace ser invisible en la luz.

Así que mientras corro persiguiendo al viento como un lobo, recordaré en mi simpática carrera que el lobo es si acaso lo penúltimo que es el hombre, que no hay que aprender miles de lenguas sino de voces. Cada voz nueva que aparezca en ti es libertad y milagro, no la silencies ¡Canta!Jajajaja, ¿no es bello? Conmovedor y puro como el aire de la más alta montaña, como imaginar que el Zaratrusta de Nietzche no subiera a sus cimas para proclamar verdades, sino veracidad.

Ah, esta noche es de los dioses y de los poetas que los crean. Animo con entusiasmo a los hombres de sol de luna a lanzarse a la miel, a beber auroras y soñar y soñar y soñar hasta la risa.

En la vida renaces siempre que estás preparado para volver a crear.

5 de junio de 2014

El embrutecimiento.

Cuando el horizonte de un hombre se encuentra liberado de grandes convulsiones o vicisitudes acuciantes y encuentra un reposo y una invariabilidad de los acontecimientos de su existencia, entrando en una estática y sorda monotonía, ocurre que la placidez, la tranquilidad de ánimo y la alegría que este estado lánguido de las cosas permite experimentar se consumen como lo hace el oxígeno de una estancia cerrada por la lumbre de una llama.

Un hombre de espíritu, con el ánimo incandescente y la voluntad profunda de trascenderse, lo es siempre y eso implica una realidad continua de tensiones internas, un choque perpetuo y múltiple con los límites que su circunstancia y conciencia erigen como fronteras de su ser. No hay instante real de descanso, ni tregua ni trinchera en la que posponer jadeante la batalla, así como las sombras no desparecen al fundirse con la oscuridad, son oscuridad.

Por ello, cuando se produce un cisma insular en las circunstancias de la vía de perfección, desarrollo y evolución esenciales de su naturaleza, no puede evitar sentir una reserva e inquietud atentas a esa realidad de calma rancia y alienante, pues cuando te ahogas por estar tu más preciada figura cubierta y enzarzada en abrojos no encuentras aceptable verte perseguido por el ojo del huracán que carece del viento liberador que su periferia concede.

Hay rechazo natural y profundo a eso, a apagar dócilmente el ritmo de las pasiones y velar la belleza como si hubiera muerto. Mata de pena a un alma amplia concebir la vida como un sueño con ronquidos, sin textura: delicadeza o brutalidad. Nace la imperiosa determinación de hacer algo afirmativo, sublimado y honrado para enaltecer la existencia y su sentido. Es pavoroso concebir el camino personal como una sucesión de evidencias previsibles, inventadas y degeneradas por una cobardía o una mediocridad previas a las potencias de la libertad y la fuerza posibles para el hombre.

Y esa quietud mezquina, carente de la serenidad que debe verter el silencio sobre la atención hacia el mundo, perturba hasta tal punto los instintos y las inclinaciones del intelecto sensible, que la histeria y la rabia invaden y derrumban el equilibrio de la acción, el pensamiento y el sentimiento. El pensamiento pierde su música y enciende su ruido, el sentimiento se oscurece hasta la ceguera y la acción se embrutece hasta la mismísima bestialidad.

Y así los seres con los más nobles y puros anhelos los abandonan cayendo con golpe sordo y terrible en un estado aletargado pero hiperactivo en el que dejan de guiarse y moverse por la melodía de su destino para entrar en una lamentable, mediocre y cruel senda de ensueño animal. Arrancan las hojas de sus libros sagrados; aplastan sus instrumentos musicales para incrustarse sus astillas bajo las uñas que mueven y rompen como zarpas; pierden la voz y profieren ladridos, rugidos, rebuznos, aullidos, graznidos y silencios enloquecidos por el dolor y la desolación más desnudas.

Quieren sangre pero no derramada, sino evaporada de su más húmeda entraña hacia el aire por sus ojos para poder respirar, siquiera por última vez el nombre de su alma. Y caminan muy rápido, golpean todo a lo que llegan como un gigante que quiere acariciar una gacela y le rompe el cuello en su entusiasmo, o un rey que deseó convertir en oro todo cuanto tocaba y murió de hambre.

Y en medio de la tormenta de esa absurda intrascendencia decadente y vacía, a veces llegan reminiscencias que no hacen sino torturarle. Escucha con máxima claridad estos versos de Whitman:"Elevaré mi bárbaro bramido hasta los techos del mundo". Y él en un instante breve de lucidez como la que tienen algunos ancianos dementes, pretende responder a ese mandato desesperado como ante un asesinato que no se puede impedir, pero solo aúlla roncamente.

Los latidos de su corazón se asemejan al sonido de un hueso al partirse. Suena su corazón con el himno coordinado de sus huesos quebrando como promesa directa de la imposibilidad de dar un paso más en la dirección que elijan, como un manifiesto, en terrible conclusión, de una invalidez perenne y universal de su más íntima dignidad y voz. Puede que lleguen épocas más amables y plenas, todo cambia y eso ocurrirá, pero la tragedia reside en la certeza absoluta de que ya no las esperan.