12 de marzo de 2014

Belleza ignota

 

    Mirando al horizonte, la puesta de sol enmarca un paradisíaco escenario. El mar devora con ansiedad los rayos del ente celeste, ahora rojo intenso, mientras todo a tu alrededor se torna de la gama de colores más cálidos, despertando en ti una sensación de infinita admiración y sobrecogimiento. De repente, te percatas de que ese movimiento solar lento y sencillo, romántico y acogedor, no es más que una esfera estática y que el que realmente te mueves eres tú, en tu ridículo planeta giratorio, minúsculo e insignificante de ti. Ni siquiera eres consciente del titánico desplazamiento hasta que no abandonas la dinámica y monótona vida en la que te sumerges día tras día.

    Mientras el sol se marcha y su luz muere a tus ojos, el peso del relativismo recae sobre tu conciencia y rompe la belleza del hermoso atardecer, arrojando fría ciencia (aunque certera) a la maravillosa realidad. Entonces te das cuenta de que quizás habrías disfrutado más del momento si no supieses lo que sabes, si no fueses consciente de lo que hay más allá de lo que ves. El conocimiento es, en este caso, la llave del cofre del misterio, y eres poseedor de ella. De ser opcional muchos optarían por no abrirlo jamás, y vivir dichosos en la inconsciencia. Sin embargo, el conocer hasta qué punto es increíble lo que nos rodea, ¿no es bastante hermoso en sí? ¿Cómo defender entonces la felicidad del ignorante, cuando lo que hay detrás del escenario es incluso más increíble que lo que nuestros torpes ojos pueden percibir?

   ¿Existen verdades que no queremos saber? ¿Matará finalmente la curiosidad al gato? Sinceramente no lo sé, pero qué demonios, me encantaría saberlo.

10 de marzo de 2014

Caladas

             

      “Dios, me muero por un piti”, suelo pensar esperando al autobús. El de hoy tarda en llegar, y este frío invernal me está quebrando los huesos desde dentro. Un buen chute de calor en los pulmones no me vendría nada mal, pero mis pitis tienen el don de invocar al autobús. Cuánto me jodería tener que tirar este ahora mismo. Esperaré. No pasará nada, son apenas 20 minutos de trayecto, puedo esperar, con calma y paciencia, porque tengo la suficiente fortaleza mental como para dejar que esto me domine. Vaya si puedo. Mira que bien lo hago. Joder, cuánto está tardando el autobús. ¿Cuánto ha pasado desde que miré el reloj?

         - Ey, ¿cómo tú por aquí?

      Me giro con nerviosismo hacia la persona que me acaba de tocar el brazo. Qué bien. De las millones de personas que hay en el planeta, me tengo que encontrar justo hoy, con ésta. Mierda.

         - Vaya, cuánto tiempo.- dos besos de cortesía. Dos putos falsos besos de cortesía cuando lo que más querría en el mundo es… Bueno, da igual. Finjamos. – Pues mira, ya ves, hay que ir a clase, que el curso no se aprueba solo. ¿Tú cómo estás?
         - Pues bastante bien, no me puedo quejar. El año pasado aprobé todo, y este año estoy más de relax, ya sabes. De hecho, debería estar en clase ahora mismo, pero al final he pasado un poco.

       Y a mí me la suda un poco, pero voy a preguntar. Por cortesía.

         - Hala, ¿y eso? ¿En tu facultad se lleva ahora lo de ser rebelde?- vaya, pero si se ha reído. Su sonrisa me inquieta. Joder, en realidad la echaba de menos. Empiezo a notar los nervios aflorar en la boca del estómago. Mariposas, morid. Ahora no es el momento.
         - Pues ya ves, he quedado con alguien en la ciudad.
         - Alguien, ¿eh? Suena a cita.
         - Sí, bueno. Algo así. Nos conocimos en verano, y la cosa va muy bien. Ojalá no me esté precipitando, pero creo que al fin he encontrado a mi media naranja. ¿Y tú? ¿Cómo te ha ido en este tiempo? Hace mucho que no sé de ti.

     Las mariposas del estómago han decidido dar la vuelta y provocarme arcadas. Acaban de golpearme con brutalidad y noto que me falta el aliento y que el corazón se me va a salir del pecho. Soy incapaz de articular palabra durante unos indiscretos segundos. Vamos, joder, compórtate. No pasa nada. Maneja la situación. Vamos a coger un cigarrillo, así desviamos la atención.

         - Pues yo sigo igual, más o menos. Ya sabes, algo por aquí, algo por allí, pero nada serio, pero no me quejo. Me gusta mi estilo de vida, me otorga bastante libertad.- mentira, te pudres en tu casa jugando a la consola y viendo porno en el ordenador. Enciendo el cigarrillo y no le pienso ofrecer.
         - Bueno, mientras que estés feliz entonces está bien. ¡Oh, mira! Ya está ahí el autobús.

     Mis malditos pitis mágicos han surtido efecto en el peor momento posible. Ya llego tarde pero no lo pienso apagar.
         - ¿No subes?
         - No, mi bus no es este, es el que pasa después.- sonrío falsamente y me despido con la mano, mientras aspiro hondamente el humo de mi derrota moral. Mi parca particular.

     Me corresponde desde la ventanilla y rápidamente aparta la mirada. Yo sigo mirando como si fuera subnormal, y sigo mirando cuando el autobús se marcha colina abajo. Observo su estela marchar, y continúo con la vista fija el punto por el que el horizonte se traga el vehículo. Doy otra honda calada que me quema la garganta, pero no hay suficiente autodestrucción para mí ahora mismo. Quiero ahogarme en el humo que inhalo con tanta desesperación. De repente, el humo me sabe a muerte y desolación. Tiro el cigarro al suelo y escupo con rabia.

     Ya llego tarde a clase, así que qué más da todo. Hasta dentro de media hora no pasa el siguiente, de modo que voy a sentarme. No más pitis hasta que no me baje del bus.

     “Dios, me muero por otro piti.”. Joder, no. No han pasado ni dos minutos desde que apagué el anterior. Contrólate. No pasa nada. No ha pasado nada. Has llegado tarde por causas ajenas a ti. Personas ajenas a ti.

     “Y no porque tú lo quisieses así.” A la mierda. Me enciendo otro cigarrillo y vuelvo a aspirar con ansia viva. Noto la garganta cada vez más inflamada, pero ahora mismo me la suda. Por cada calada que doy muero un poco más, pero a la vez me siento revivir. Me muero por un piti, pero estoy más vivo que nunca.