17 de enero de 2012

Toma de contacto




Sus tersas y claras mejillas se encontraban arrugadas contra el cojín de un sillón de cuero antiguo roído por la humedad del cual emanaban arterias que lo desquebrajaban. Empezó a sentir la fría humedad de sus babas alrededor de la comisuras de sus pelados labios que se extendía hasta el lóbulo de su oreja izquierda. Su postura recostada, era muy poco antropomórfica, mas bien digna de un posado abstracto. El cuello lo tenía rotado mas allá de los 90º con respecto al frente, uno de sus brazo se encontraba extendido por debajo de su peso por el cual no llegaba adecuadamente la circulación, y sus piernas eran un digno nudo marinero. Su siguiente paso en el algoritmo del renacimiento fue la apertura de un ojo, el único que era capaz de abrir, y tuvo que vencer la fuerza que le ofrecían el increíble enmarañamiento de sus cortas pestañas junto con los resquicios del lápiz de ojos negro mezclado con las legañas habiendo creado una incómoda pasta-pegamento. Decidió entreabrir su fina boca y así conseguir mayor extensibilidad facial, logrando que la luz entrara por sus retinas.

2 de enero de 2012

Hoy quiero escribir.

Hoy precisamente quiero escribir, hoy precisamente, que no tengo nada que decir. Hoy que es esta pantalla en blanco como el sol, que con su radiación, venga y quema las retinas insolentes; como el silencio, que tras la palabra hiriente, se impone ante el restallo de dolor en los ojos de la amada; o como la noche que vela nuestra mirada, cuando tras la jornada luminosa nos guarecemos en la casa sin hogar.

Necesito saber además de creer que aunque mis lágrimas me abandonen, que aunque mis hermanos me traicionen, que aunque la humanidad se devore, que aunque el Sol se apague, que aunque la oscuridad se corone, que aunque el mundo se acabe, que aunque el sueño me olvide, que aunque la soledad me condene, que aunque nazca y muera el último niño, que aunque triunfe la última guerra, que aunque me abandone el último amor, que aunque mi vida llegue a ser mi mayor maldición, yo, podré escribir.

Sin pluma ni tinta, sin papel ni pared, podré deslizar la hoja cómplice y fría de mi daga por la desnuda piel de mi marcada mano. Hendir con pasión y justicia su beso impasible hasta abrir un resquicio, una esperanza, por el sello inflexible de mi destino, del que mane como fuente, en sacrificio, la sangre perdida y exigida por las tempestades de mi espíritu.

Con mi propia sangre escribiré las letras desterradas del corazón, aunando los golpes dobles de su canción para adquirir conciencia y materia de su razón.

Sin mí, sin ti, sin mis letras y las vuestras, sin mi voz y con vuestro silencio, sin mi presencia y con vuestra ausencia, sin mi atención y sin vuestra contemplación, sin esa luz y sin esta oscuridad, sin mañana y, aún sin ayer, habrá poesía. Inefable, invisible e intangible, etérea y bella, eterna y nada.

Pero sin los dictados de mi sangre, yo no soy, ni seré.